24 de mayo de 2011

Mouseland

12 de mayo de 2011

Al calor de la hoguera educativa


Es muy probable que crecer sea sinónimo de conocer mejor cuanto nos rodea, que el proceso intelectual se identifique directamente en ser consciente en donde vivimos, en qué tiempo lo hacemos y cómo hemos llegado hasta ahí.

Como la mayor parte de procesos vitales, es durante la infancia cuando empezamos progresivamente a especular sobre el mundo circundante en toda su extensión. No es algo que produzca en mi motivo de alegría. Un buen amigo suele decir que la vida deja de ser interesante cuando cumples 13 años y, bajo mi humilde opinión, tiene razón.

Viciados, enfermos patológicos del sistema educativo a cuyas altas radiaciones estamos expuestos desde que somos párvulos hasta que alcanzamos la senectud, se torna de obligado cumplimiento convertirse en autodidacta y rastrear, otear el horizonte, en busca de una ayuda extra, de un comodín en forma de manual global que inicie la inquietud del infante así como su capacidad de comprensión.

Esa ayuda, ese primer manual y también ese expendedor de sueños, para mí vino de la mano de seis letras tan simples como la t, la i y la n, unidas y repetidas dos veces en semejante secuencia.

Siendo uno de los personajes más estudiados e interpretados del mundo del cómic, mundo al que por cierto, según creo, escapa; Tintín, vilipendiado por los nuevos “protectores del bien” y de lo “políticamente correcto”, tachado de racista, anti- musulmán o pro- capitalista, sigue estando vigente después de más de treinta años de muerte pictórica.

En cierta medida, la relevancia tintiniana recae en la suerte que el personaje tiene de nacer en el contexto que nace, esto es, a finales de los años 30, y decimos suerte porque, sin quererlo, Tintín es un fantástico espectador de los cambios que se van a producir en los siguientes cuarenta o cincuenta años y, por extensión, para el lector se convierte en una fuente casi directa de la conciencia centro europea del momento. Tintín vive en el momento de la historia en el que precisamente ésta, más se acelera. Vive en el culmen de la maldad humana, pero también lo hace en el estado del bienestar. Recorre países que, en pleno siglo XX, todavía se encuentran en el XVI, pero también viaja al futuro en forma de aterrizaje lunar, adelantándose a la propia carrera espacial. El abanico es, a mi modo de ver, rotundamente espectacular.

Desde la sociedad americana de los años 30, con su ley seca y sus gánsteres, hasta los golpes de estado suramericanos de mediados de siglo, pasando por el tráfico de armas, opio o esclavos, o por los mayores descubrimientos arqueológicos, Tintín viaja allá donde Hergé ve la noticia, allá donde cree que el joven lector necesita información adicional sobre el mundo de los mayores. No es casualidad que en la escuela, en clase de geografía, solo aquellos que habíamos sido afortunados de acercarnos a éste pequeño mundo tintiniano, nos adelantásemos a la profesora diciendo que la capital de Nepal era Katmandú, al igual que la de Indonesia, Yakarta, y lo sabíamos porque era fácil saberlo, porque la tarde anterior seguramente le habíamos echado un ojo a Tintín en el Tibet o a Vuelo 714 para Sidney y con ello habíamos estudiado más y mejor que con los caros y antiproductivos libros de texto que nos tocó comprar, aquellos que ahora concienzudamente, tiempo después, han servido para dar calor dentro de la estufa.

La diversión era infinita. El tiempo se detenía cuando Tintín pilotaba cualquier vehículo en una trepidante persecución, o cuando Haddock, totalmente fuera de sí, profería su típica batería de insultos posiblemente ebrio de ron. Porque sí, el capitán siempre ha sido, recurriendo a su prolífera terminología, un bebe sin sed ¿y qué?, ¿acaso no deben saber los jóvenes que la vida en el mar es tan dura y solitaria a la par que especial y maravillosa como para tener que recurrir en ciertos momentos al ron? ¿acaso no deben saber que hasta una empresa titánica como es un viaje a la luna puede fracasar por las consecuencias del consumo de alcohol, por las imprudencias de un borracho?. Desde luego que sí, deben saber los límites del comportamiento humano y deben aprender tanto a entenderlos como a no sobrepasarlos. El cómic de Hergé está redactado e ilustrado en “bruto”, es decir, sin medias tintas, preparado en justa medida para ser masticado por el adolescente, a su nivel, ni más ni menos, sin hacer que nadie resulte muerto por herida de bala pero teniendo siempre en cuenta que las armas las carga el diablo.

Volviendo a la caracterización del personaje, resulta también curioso analizar qué es realmente Tintín. Sin ir más lejos ni buscar cinco pies al gato, Tintín es periodista, mejor dicho, es un héroe periodista. ¿Qué quiere decir esto? Que siguiendo los cánones de su profesión, el fin último de Tintín es buscar la verdad. Es importante resaltar esto porque no hay muchos héroes que tengan ello como objetivo. En el mismo sentido, tampoco los hay que no vistan mallas o no lleven los calzoncillos por fuera, o que no posean un poder especial, ya sea el de volar o una poción mágica que ingerir, o que rara vez se enfrenten contra los saboteadores de un oleoducto en Oriente Medio, o contra falsificadores de billetes en el Norte de Escocia, o contra tiranos del Este en posesión de armas ultrasónicas. Es por tanto, un héroe diferente, recurriendo al título de la obra de Lermontov, es un héroe de nuestro tiempo.

No todo van a ser flores. Antes he hecho referencia a ciertas calumnias que ha recibido nuestro amigo. Es evidente que en sus primeras obras, sujetas a la estricta censura católica del periódico en el que aparecían, abundaban ciertos prejuicios racistas muy arraigados que hacen que cualquiera de nosotros se escandalice al contemplarlos. Como cierto es también que la figura de Tintín representa el pensamiento occidental y por tanto, en un tiempo en el que tan enfrentado estaba lo occidental con lo oriental (Guerra Fría), resaltan sobremanera los valores capitalistas y la moral europea a la que tan complicado resultaba comprender todo lo que no saliera de ella.

Sin embargo, creo que Hergé lo tenía todo pensado y no subestimaba, al contrario de lo que hacen los educadores actuales, a nuestros lozanos adolescentes. Al lector aventajado de las aventuras del joven del flequillo se le presupone la suficiente capacidad intelectual para enterarse de todo ello tal y como aparece aquí reflejado. Me explico. Todos somos conscientes de dichos tintes conservadores pero a la vez también lo somos de que el verdadero sentido de los guiones no es el de mortificar a ciertas comunidades o ideologías sino satirizar, utilizar la ironía para acercarnos a ellas y luego, que cada cual elija la que más le guste. Ejemplo de ello es que Hergé se ríe de los conflictos por el poder entre dictadores en Suramérica cambiando de nombre a Tapiocapólis por Alcazarópolis cuando el general Alcázar sube al poder, en señal de inestabilidad política y de autorrealización de los tiranos así como se mofa igualmente de las celebridades públicas creando el esperpéntico personaje de Bianca Castafiore o de la ineficacia policial con Hernández y Fernández.

Si tenemos siempre en cuenta este tipo de interpretación y somos lo suficientemente hábiles para entender el contexto en el que fueron escritas, encontraremos en las obras de Georges Remi un basto paisanaje de culturas y civilizaciones, de ideologías e intereses, de relaciones internacionales y conflictos internos, de problemas de una sociedad en busca de sí y de sus propios éxitos (que también los hay) y de personajes no tan alejados de la realidad del momento, muchos de ellos identificados dentro de ella por el rapaz treceañero ya en su madurez mental. Pero en cualquier caso, y por encima de todo, encontraremos el descanso psicológico frente a las estupideces que hoy en día llaman libros o dibujos animados educativos donde ya no hay leones ingleses con sombrero de copa y bastón dando la vuelta al mundo en globo ni espadachines franchutes enarbolando la bandera de la fraternidad, ni siquiera irreductibles galos resistiendo hoy y siempre al invasor.

Ya no, hoy tenemos la educación literaria que nuestros magníficos pedagogos visionarios, esos que pueblan las facultades de educación, quieren que tengamos, la educación del aprendizaje cooperativo, del esfuerzo mínimo (por parte del profesor), del mil veces camuflado libro de texto de pinta y colorea, de la melonada de libro de lectura recomendado por las editoriales… pero mientras haya un Tintín en cualquier librería juvenil no podrán con nosotros, de veras que no ¡Mil rayos y centellas!


Adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no tiene poca importancia: tiene una importancia absoluta.

Aristóteles (384 AC-322 AC) Filósofo griego.