1 de diciembre de 2015

Brillar y brillar

“Lo que hace que sea yo, y no otro, es ese estar en las lindes de dos países, de dos o tres idiomas, de varias tradiciones culturales. Es eso justamente lo que define mi identidad. ¿sería acaso más sincero si amputara de mí una parte de lo que soy?”. Es ésta una de las primeras frases que aparecen en la obra Identidades asesinas de Amin Malouf. Han sido muchos los debates abiertos a raíz de los recientes atentados terroristas de París. Los medios de comunicación se han inundado de analistas que intentan explicar los porqués del complejo contexto político internacional que estamos viviendo. Sin embargo, en busca de argumentos esclarecedores, ha sido la revisita al breve tratado de Malouf lo que me ha permitido encontrar un punto de partida desde el que empezar a comprender el asunto, quizá la brillante casilla de salida de esta oca mental que diariamente todos jugamos en nuestro interior. Ahora, como cuando lo leí por vez primera hace algunos años, sigo sintiendo que estoy ante un texto especial. Quizá se trate de la misma sensación inexplicable que se nos presenta fugazmente cuando terminamos de leer un clásico, de esos por los que no pasa el tiempo, en los que desde la literatura, empezamos a entender lo sencillo que resulta hablar de la complejidad del mundo si se hace desde la sensatez y el respeto.

Lo cierto es que el título de la obra es toda una declaración de intenciones. Podría ser incluso un eslogan de los muchos que actualmente vemos en las pancartas de las manifestaciones de cualquier movimiento popular, de hecho, pensándolo bien, podría ser el más adecuado. No es cuestión de negar una identidad, una opinión, un hecho, una reclamación personal; es cuestión de asumir nuestra diversidad, individual y colectiva, y por el mismo camino, no hacer que las diversas identidades de los demás constituyan un ataque a las nuestras. Porque como dice Malouf, a las personas se les insta a que sean de un bando u otro, a que elijan su identidad verdadera por encima de las demás. Si tenemos en cuenta que el mismo Malouf asemeja la identidad a una pantera que hay que domesticar, entenderemos que el hecho de ser obligados a elegir una identidad lleva implícito cierto componente violento, irracional.

Aunque el autor divida el libro en cuatro partes, el texto es tan redondo que podríamos escoger cualquier página al azar y seleccionar una oración con la que se escribirían tratados enteros. En líneas generales, Malouf trata de comprender por qué se han cometido a lo largo de la historia tantos crímenes en nombre de la identidad religiosa, étnica, nacional o de cualquier otra naturaleza. Caminando por la estrecha senda de la coherencia, como él mismo dice, no intenta buscar soluciones ni conseguir esa panacea que cure a la humanidad de todos los males generados por la identidad. Su misión es únicamente la de pensar con los pies en la tierra, bajarse de este barco a la deriva que nos arrastra a todos y realizar una reflexión lúcida que inquiete al lector, que le anime a desembarcar en el siguiente puerto.

En su condición de libanés emigrado a Francia, Malouf posee las características adecuadas para hacernos comprender cómo se forma una identidad personal a caballo entre dos civilizaciones supuestamente opuestas. Aquí está una de las claves de la creación de la identidad: la noción de alteridad, la construcción de identidades calcadas en negativo a la del adversario. Todas las culturas poseen en mayor o menor medida esta característica. Muchas veces la identidad del contrario puede ser utilizada para atacar y muchas otras se puede alegar a ella para defenderse, como comentaremos más adelante. La cuestión es que Malouf otorga una gran importancia a la identidad comunitaria pero no la sitúa por encima de la identidad individual. Viene a decir que cada individuo posee una identidad propia e inimitable que guarda semejanzas con los miembros de su tribu a la vez que dicha identidad personal puede encontrarse muy alejada de ellos. La generalización de una identidad de todos los miembros de una comunidad en forma de mensaje unidireccional es una lacra que impide ver con una mirada limpia la complejidad de la composición de las sociedades en las cuales encontramos tantas identidades como individuos.

Ahora bien, de entre todas las identidades personales, cada persona elegirá una por encima de las demás, sobre todo cuando se sienta amenazado por otras identidades opuestas a él. Tal es el caso de la propia religión. El imaginario mundial, construido desde occidente con el apoyo de la religión cristiana (y ésta apoyada en él), considera oriente, y en concreto al Islam, como el mayor de los enemigos, igualando a todos los Estados que lo componen, a todos los gobiernos que los gobiernan y a todos los individuos que los habitan. La imagen del Islam desde occidente es la de una tierra anclada en el pasado que históricamente siempre ha significado la tiranía y la barbarie, inundada de extremismo religioso y de un rechazo a los valores democráticos que, por supuesto, son pertenencia exclusiva de los propios occidentales. Es decir, utiliza la identidad para atacar al supuesto enemigo. Por su parte, el Islam la utiliza para defenderse generando un clima de desconfianza y tensión que Malouf sintetiza en lo que denomina La teoría del rencor.

Como todo el libro de Malouf, ésta teoría resulta válida para la mayoría de los conflictos identitarios surgidos en cualquier lugar del mundo y en cualquier marco temporal. Se trata de una cuestión de retroalimentación. La humillación constante a la que ciertas comunidades se ven sometidas sólo hace que aumente el nivel de indignación de éstas, que las afrentas soportadas durante años o, en algunos casos, siglos, produzcan el caldo de cultivo de la revancha cuyo nivel de atrocidad irá en relación directa con la rabia acumulada durante tanto tiempo. En todo momento y en todo lugar hay una civilización que se siente herida, que justificará todos sus actos en las vejaciones sufridas y que, ante todo, sabrá quién es el autor de las mismas, sabrá que hay alguien que merece un castigo, habrá encontrado un enemigo común al que hacer frente.

Existen muchas formas de combatir a ese enemigo. En ese sentido, el autor presta mucha atención a la negación de la modernidad que viene del otro. La cuestión también nos lleva inevitablemente a pensar en oriente y occidente. Toda la tecnología desde hace más de quinientos años ha sido fabricada por occidente a imagen y semejanza de occidente. Es algo que Malouf, lejos de condenar, alaba, pues considera que es totalmente legítimo que una cultura sea valiente y tome las riendas del progreso de la humanidad.

La cultura occidental es la abanderada del progreso, acercándolo o alejándolo de las distintas comunidades conforme a sus propios beneficios. En el caso de los musulmanes, el rechazo a la tecnología, sobre el papel, viene desde dentro. Aunque pueda decirse lo contrario, la cultura islámica intentó durante el siglo XIX y principios del XX imitar a occidente intentando igualarse a él. Pero cuando más necesitaba su ayuda, las potencias occidentales volvieron la cara a oriente, marginándolo una vez más. Desde entonces, oriente ha identificado al enemigo y se define en negativo a él alterando incluso el pasado de sus pueblos para llevar el enfrentamiento a los albores de los tiempos. Según Malouf, si quiere prosperar, un pueblo no puede venerar más su historia que su futuro. De igual manera, si no quiere ser marginado, debe evitar por todos los medios creerse el papel de víctima, lo que a la larga supondrá una vejación mayor que el propio ataque del enemigo.

Si bien Malouf no quiere aventurarse a pronosticar un remedio para la enfermedad, si que tiene esperanzas de poder controlarla o, como él diría, de poder domesticar a la pantera. Desde el punto de vista de la teoría política, entiende que los valores defendidos por la democracia son universales y deben ser los cimientos sobre los que sostener cualquier sociedad. Sin embargo cree que existe un problema en su aplicación. Muchas veces esa democracia se comporta de forma cruel adquiriendo tintes de la más deshonrosa de las tiranías cuando la más o menos amplia mayoría impone su ley sobre la minoría. Desde el lado del individuo, el libro intenta por todos los medios despertar la mente del lector para que salga de su letargo y mire el mundo en vista panorámica, comprendiendo las demás culturas y asumiendo sus posibles dos identidades. No obstante, más allá de este primer propósito que explica el qué, lo importante es centrarnos en el cómo. Y ese proceder pasa por intentar crear un identidad global fundada sobre el respeto que se sitúe en un nivel más elevado y supere a las demás identidades tribales haciendo que en un futuro, como concluye un esperanzado Malouf, los pobladores de esta tierra se sorprendan de que en algún momento tuvieran que escribirse libros como éste.


Desde mi punto de vista, aún a sabiendas de que todo resulta muy complejo, creo que la clave reside en saber que en realidad existe un abismo infinito entre lo que somos y lo que creemos que somos. O de otra manera, hay un inmenso trecho entre nuestra naturaleza y la visión que nosotros tenemos de ella, es decir, nuestra identidad. Nadie puede vivir sin identidad. Quien más o quien menos necesita identificarse con cualquier elemento que le sea familiar, que le muestre una parte de su personalidad en el día a día. Solamente será necesario ser conscientes de que esa identidad es una invención propia del ser humano para no llevar a cabo conductas irresponsables en su nombre. Una elección que determina nuestra bendición y nuestro castigo. Como diría la canción, el precio que nuestro personaje nos obliga a pagar.

Identidades asesinas, AMIN MALOUF. Ed. Alianza. Madrid. 2005