16 de marzo de 2011

Gatopardos del siglo XXI


Si algo nos ha enseñado la Historia es que tarde o temprano, los hechos y sus protagonistas acaban repitiéndose una y otra vez. Y si hay un lugar en el mundo en el que esto suceda regularmente, ese es Italia.

La novela El Gatopardo, escrita en 1957 por Giuseppe Tomasi Di Lampedusa y llevada al cine por Luchino Visconti en 1962, constituye una visión detallada de la Italia de mediados del siglo XIX. Concretamente ambientada en su Sicilia natal, Lampedusa retrocede un siglo para narrar el brusco cambio al que la sociedad italiana estaba a punto de exponerse. Se trataba de un cambio representativo también para otros Estados europeos que sufrían paralelamente el mismo proceso, siendo en él cuando se empezaron a manejar conceptos como Nación o nacionalismo que tan determinantes resultarían tiempo después. Tales términos eran abanderados por una pujante burguesía que pedía a gritos un sitio en lo más alto del poder, desbancando, en la medida de lo posible, a una aristocracia anclada en los férreos valores del pasado.

El autor recurre a la visión de un viejo príncipe rural palermitano, Don Fabrizio Salina, el Gatopardo, para que el lector tome conciencia de cómo se vislumbra ese cambio en un hombre nacido en otro tiempo, es decir, para ver cómo afronta, a modo de metáfora final, las irremisibles transformaciones que se producen en el ocaso de su vida, aquellas que, sin contar con él ni con su mundo, modelarían la realidad futura a corto plazo. Al no tratarse de un personaje lineal, esto es, al tratarse de alguien que sufre una transformación a lo largo de la narración al calor de los acontecimientos, vamos a recurrir a él sólo en aquellos momentos en los que podamos establecer analogías que nos sirvan para denunciar la situación actual de la política italiana y en concreto, la gestión de su Premier, utilizando siempre la sátira y huyendo del igualamiento entre la imagen individual de tan íntegro personaje con la del susodicho político.

Como entonces, hoy la sociedad italiana, indecisa, a la deriva moral, inmersa en un pozo de fango televisivo de devastación intelectual, se enfrenta a un proceso irreversible de cambio desde hace ya varias décadas. Es en éste impasse infinito de transición entre no se sabe bien qué y hacia no se sabe bien dónde, el terreno en el que se mueven a la perfección los pos-modernos Gatopardos del siglo XXI, amparados, como no podía ser de otra forma, por su último paladín: Silvio, il Cavaliere.
Como le ocurre a Silvio (Milán, 1936), Don Fabrizio, aún consciente de la que se avecina, se engaña para mantenerse tranquilo. Recostado en su estudio, con aire chulesco, pensando que todo va bien, que lo que va a suceder es "nada", que el país está tan tranquilo como para permitirse comer en el campo con toda su familia, que la tormenta que azota tras el cristal los cipreses del palacio de Donnafugata no va con él, que las estructuras del poder, forjadas durante tantos siglos y consolidadas ya en el imaginario italiano, nunca van a caer; se permite incluso la mofa, la mirada de pena, esa mirada que el príncipe de Salina dedica a su joven sobrino Tancredi cuando éste le cuenta que se va para volver con la tricolor, que en algún lugar de la Península hay hombres que no están dispuestos a continuar viviendo en aquella mentira desbocada y que, conscientes de ella, se disponen a instaurar un nuevo orden…

Como Don Fabrizio, Silvio es el último heredero de una tradición inmemorial de banquetes fastuosos y bacanales sin mañana. Al más puro estilo Corleone, tanto sus villas particulares como los palacios estatales, se convierten en destino obligado de visita para quienes desean ser bendecidos por el Padrino, ya sea para casarse con su hija o para conseguir un puesto en el Parlamento europeo. Sólo conociendo la existencia de éstas reuniones regadas con los mejores vinos piamonteses y las más variadas sobrinas de dirigentes internacionales, podemos entender como el Gatopardo ha conseguido crear esa inmensa red de relaciones que hace que sus tentáculos vicien hasta el más recóndito rincón de la geografía española, perdón, italiana.

Sin embargo, existen dos características que diferencian fundamentalmente a ambos Gatopardos. La divergencia más grande estriba en la magnitud de poder entre uno y otro. Mientras el príncipe Salina gobernaba simbólicamente los terrenos colindantes al capoluogo siciliano, Silvio extiende su poder, cual emperador romano, allende las fronteras itálicas. No sólo su poder como Presidente sino, y sobre todo, como gran empresario que es. El tema no es baladí. No cualquiera se encuentra en el puesto 74 en la
lista de billonarios más ricos del mundo, no cualquiera es dueño del club más importante del futbol italiano, no un mindundi posee la mayoría de las cadenas de televisión ni controla todos los medios de comunicación de su país, no cualquier mojigato llega a la presidencia de un Estado tras encontrarse involucrado durante tantos años en tantos escándalos de tan diversa índole.

La otra diferencia es la clase. Don Fabrizio Salina sabía qué era propio o impropio en cada momento. Era consciente de que las palabras son caras, no fanfarroneando delante de sus iguales. Acertadamente se situaba al lado de quién creía que debía estar, era justo con sus errores y con los de los demás, identificaba cuando los materiales de un traje eran de inferior calidad a los del suyo, callándoselo por supuesto por cortesía y, ante todo, tenía la cultura como el mayor de los patrimonios del ser humano, no en vano, le había sido concedida la medalla de honor de la Universidad de la Sorbona por sus estudios astronómicos. Silvio es, en este aspecto, su antítesis. Amigo de dictadores, coroneles y ex agentes del KGB, la imagen de Barón Dandy, de gigoló de tres al cuarto, es de todo menos cortés. Ni siquiera posee la falsa humildad de aristócrata. Su mundo es la verdulería, la lonja, el mercado de abastos. Su cultura la de la privatización de la Universidad, la de inversión cero en conservación de patrimonio, la de los concursos de cajas sorpresa con velinas despampanantes. Su democracia la de comprar votos a última hora para superar mociones de censura. Su justicia la de modificar la constitución para crear un sistema judicial todavía más corrupto…

Pero la consigna es la misma en la trama gatopardesca: “para que todo siga igual es necesario que todo cambie”. Y esa es la política que, como el Gatopardo, sigue Silvio, a modo de superviviente aferrado a cualquier tabla que le permita continuar en el poder. Pero hay alguna vez en que nada sigue igual. Ya lo sabe bien Burt Lancaster tras la cena de gala en la que la fantástica y juvenil Claudia Cardinale lo invita a bailar. Por ello, como para todos, llegará un día no muy lejano en el que Silvio, como Don Fabrizio agonizó en aquella calurosa habitación de Messina, lo haga también en su lecho político, sudoroso y consciente de que su mundo se termina, de que el cambio llama a las puertas queriendo devorarlo cual hiena rabiosa, para que todo siga igual o, chi lo sa, todo cambie.

Se suele decir que cada pueblo tiene los gobernantes que se merece. Lástima que en la palabra pueblo se engloben también aquellos inocentes que se ven envueltos en la vorágine populista de propaganda panfletera, aquellos que ven como sus compatriotas asienten obedientes al mensaje que los medios transmiten en directo desde el Castillo del Conde Drácula, aquellos que son conscientes de lo que ocurre y no descansan tranquilos por las noches pensando en che sarà di tutti noi. Ya pronosticó el Gatopardo, con esa percepción de la realidad que acaba por imponerse en él de forma absoluta, que dentro de dos siglos la situación italiana iba a cambiar, pero a peor: el gobierno, antes formado por fieros leones, estará compuesto por sucios chacales. Nosotros no somos quién para hablar de ello. Nuestra situación fue, es y puede llegar a ser peor que la de nuestros compadres italianos. Pero de eso ya habrá tiempo de hablar...

Mientras tanto, si les gustan las conspiraciones eclesiásticas, las historias de mafia, la pintura de Caravaggio, i gnocchi all pesto,
Giuliano Palma & The Bluebeaters, Rigoletto, Fellini, Génova, Stromboli, la Valle d´Aosta, en definitiva, si les gusta Italia tanto como a mí, les recomiendo encarecidamente que sigan el magnífico blog Vaticalia del periodista Miguel Mora, simplemente genial. Y de paso también les recomiendo que lean el Gatopardo, una de las mejores novelas de todos los tiempos. No hay forma mejor de entender Italia y de viajar a ella sin moverse de su sofá.

4 comentarios:

  1. Te aconsejaría que leyeses el libro de nuevo o hicieses un nuevo visionado de la película antes de seguir escribiendo mamarrachadas de este calibre, que lo único que demuestran es tu nula capacidad de comprensión.

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  2. Querido lector: la literatura, como todas las artes, tiene la maravillosa capacidad de generar cientos, miles puntos de vista. La diferencia en la opinión es tan maravillosa como la propia concordancia. Tras la relectura y revisionado de la película El Gatopardo, se me ocurrió, consciente o inconscientemente, establecer una comparación entre el personaje principal y el Presidente italiano. Evidentemente, como todas las comparaciones, es complicada de llevar a cabo y da lugar, como es el caso, a malentendidos. Mi comparación hay que cogerla desde la literatura, desde el personaje, no desde la política. Atrevido, si, equivocado, no. Comparar no es igualar, no es lo que he hecho aquí (Dios me libre) y eso debe de quedar claro. Como bien ves, establezco igual número de analogías que de discordancias. Mi idea no era tampoco la de escribir una tesis comparativa a nivel académico, no, sería una locura. Mi idea fue la de, con el más humilde y auténtico espíritu de opinión, desde el más profundo de los sarcasmos surrealistas, denunciar una realidad que tenemos a la vuelta de la esquina y, de paso, alentar al lector al acercamiento de tan apasionante novela. En cualquier caso, acepto tus críticas (siempre que sean con respeto y educación) pero te animo a que me especifiques cuales son exactamente. Y te animo también a poner en práctica tu capacidad de comprensión, esa de la cual me acusas de carecer. Tienes este foro a tu disposición. Disculpa si el artículo no ha sido de tu agrado. Un saludo.

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    1. Gracias por este artículo que demuestra inteligencia y sensibilidad. Una comparación bien traída, en la que sin duda me quedaría con ...il Gattopardo primo, cioè quello di Lampedusa ;-)

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  3. Muy interesante. El Gatopardo es uno de esos libros que tienes por casa pero que nunca lees. Seguramente será el próximo.

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